Días de invierno

Nunca me ha gustado el frío; la ausencia de calor me recuerda lo ausente e inanimado de mi ser. Aquella sensación tiritante, una constante que se extiende por casi cuatro meses.

Nunca me ha gustado sentir la nieve, ese tormentoso granizo disfrazado de suavidad, ese hipócrita evento que solo nos entretiene para luego convertirse en insoportables pilas de hielo, nefastas y estorbosas.

Nunca me han gustado los vientos de invierno; te congelan hasta el tuétano, sin piedad golpean lo que pueden de ti, se cuelan sin permiso alguno.

Nunca me ha gustado escribir, aun así, lo hago. Nunca, nunca me ha gustado llorar, y aun así lo hago. Nunca me ha gustado enrollarme entre sábanas y sofocar mis emociones al unísono del silencio. Nunca me ha gustado el sabor de las lágrimas bajando por mi garganta, aun así… incontables veces las he degustado.

Nunca me han gustado las personas y su constante esfuerzo por decepcionarte. Nunca me han gustado los besos mentirosos, dulces labios que prometen eternidad. Nunca me han gustado esos abrazos gélidos que prometen compañía. Nunca me ha gustado la manera en que amas, y nunca me ha gustado el amarte.

Escrito por: Edson Andrés Londoño.

Hoy no quiero volver a casa

Me despierto, tan somnoliento como siempre, el reloj marca las 5:00 Am, el sol no ha despertado y yo voy camino a la ducha. Hoy, por extraño que parezca, puedo disfrutar el baño, siento como cada gota recorre mi cuerpo, hoy por extraño que parezca no soy un minino, ajeno al agua.

Hay días en lo que ni noto como me visto, hoy, por el contrario, analizo cada botón de mi camisa, la cremallera del pantalón, su sonido, el algodón de mis medias, los suaves que son; hoy, por extraño que parezca, cada segundo se detiene para contemplarlo, no tengo prisa, no quiero tenerla.

Hoy, como todos los días, me dirijo al trabajo, las nubes me persiguen y no me importa, hoy mis sentidos se conectan al entorno, cada paso los mezclo con la música que escucho, ¡qué música!

Hoy la puerta hacia mi trabajo parece más grande, más rígida, más temible; tengo la idea de que caerá sobre mí, me aplastará. Doy, uno a uno, pasos hacia atrás; saldo despavorido, esto mientras repaso los días que he pasado en este trabajo, esta miserable labor que me ha consumido en una nefasta monotonía, y es que hoy no quiero, hoy quiero perderme, ir a donde nunca antes lo he hecho, hoy quiero tiempo para mí.

Hoy quiero caminar hasta que mis pies sangren, quiero volar, quiero ver lo que por mucho tiempo he ignorado, quiero sentir, quiero vivir, quiero respirar; hoy quiero soñar, ¡maldita sea! ¡Hoy quiero soñar! quiero pensar que hay algo más allá, algo fuera de esta burbuja tóxica en la que he enclaustrado, he estado viviendo, pero no he estado vivo.

¿Qué somos tras vivir con el alma rota?  Aun no comprendo cómo puedo estar hecho mierda y sonreír sin mayor esfuerzo, aun no comprendo en qué momento mi esperanza se suicidó. Y es que no sé por qué toda mi maldita ha vida ha sido un desastre, he tratado de ser la mejor versión de mí y aun así no ha sido suficiente, he vivido en círculos, he vivido… ¿he vivido? ¡DIOS! Perdón, perdón, una y mil veces, tal vez no he tenido el valor, tal vez no he… tal vez no nací para ser feliz y aún así no quiero seguir cayendo, hoy quiero decirme adiós, hoy quiero pedirme perdón, perdón por no tener valor, por permitir que se me marchitara, por dejar apagar aquella llama que un día habitó en mí.

Mientras voy cayendo mi corazón se acelera, mis venas empiezan a sentirse calientes, mi cuerpo siente un cosquilleo, en ese momento, y mientras me precipito al vacío, me levanto.

Y es que hoy, como todos los días, mi vida se sumerge en lo que han sido los últimos diez años, un deseo incesante, pero sin la dureza para hacerlo. Morir.

Escrito por: 

                    Edson Andrés Londoño

 

Caídos

El día transcurría de lo más normal, aquella mañana había ido al gimnasio, luego por unas compras y después a casa; el sol, con pequeños destellos acariciaba a los transeúntes, todo parecía seguir su curso, nada fuera de lo normal, era otro día más en la ciudad.

Ahora mismo puedo divagar entre los recuerdos que me quedan antes de lo sucedido, conversaciones atiborran mi mente, se oía por todo lado que una crisis azotaba el continente asiático, una epidemia se vivía al otro lado del mundo; por ese tiempo yo pensaba, con frialdad y sosiego, que no habría porqué preocuparse, sí, que mal por ellos, pero… y eso qué, era al otro lado del mundo, aquel lugar donde comen perros, gatos, y un poco de cualquier cosa que tenga más de cuatro patas.

Aquel día, cuando llegué a casa, tenía los ingredientes para preparar la perfecta pasta carbonara, y es que tengo que decirlo, me quedaba fenomenal; justo en ese momento cuando la salsa blanca ya estaba en su punto, mi atención fue captada, una noticia de última hora nos sacudía, mi teléfono se llenó de mensajes, mi familia y amigos anunciaban lo que, con asombro, ya estaba oyendo del canal de noticias. “El presidente ha decretado cuarentena nacional, el COVID19 es una amenaza latente, queda prohibido salir a las calles, el contacto físico debe reducirse casi a nada, se decreta cuarentena nacional”.

En ese momento todo se detuvo, cada palabra, cada sílaba caló en mi cabeza, cuarentena nacional, ¿y qué carajos se suponía era eso? Muchas preguntas pasaban por mi mente, tan rápido como para no detenerme a responderlas. ¿No iría más al gimnasio? ¿Qué sería del trabajo? ¿Cómo pagaría las cuentas? ¿Cómo carajo se podría vivir? De repente todo se detuvo, mi mente dejó de cuestionarse, todo se redujo a una gran desilusión, se suponía que este sería mi año, tendría que hacer muchas cosas, y ahora… todo estaba cagado porque un chino, según dicen, se tragó un murciélago, que nos la ha hecho bien eh.

En un principio se supondría todo estaría bien, mi yo interior me orillaba a la calma, eso era lo que se requería de momento y bueno… dos semanas no resultaban ser mayor cosa, en teoría. Los días transcurrían lentamente, de una forma frustrante y poco placentera, pasaba de la cocina, a la sala, del refrigerador a la cama, a la ventana, al suelo, a una silla, todo una y otra vez en un mismo día.

Durante el décimo cuarto día ya me resultaba terapéutico sentarme a hablar con las plantas, cierta paz emanaba, mientras se me iba la vida ellas resultaban más verdes. Se suponía que estábamos a menos de 24 horas de levantar dicha cuarentena, y aunque las noticias no pintaban nada bien, puesto que daban un presagio de confinamiento sin fecha de caducidad, algo en mí decía que todo acabaría según lo habían dicho, en 15 días, y es que a veces resultamos bastante ingenuos, la esperanza nos vuelve un poco tontos. Una hora más tarde el gobierno indicó que todo se prolongaría durante un mes más… de eso han pasado ya 18 meses.

Ahora mismo todo ha acabado, aquellas pretensiones que se posaban en mí han caído; estoy solo en casa, caminando de un lado a otro, tomando tiempo para ver más televisión, como si no viera lo suficiente, tengo una maldita ampolla en el culo de dormir en el sofá, todo se ha vuelto una locura, cajeros automáticos saqueados, centros comerciales, mercados locales, la gente ha caído en la miseria, el caos se ha apoderado de muchos, y no les culpo, el pánico nos socava y la cordura se pierde.  

Nunca pensé estar en una cárcel, confinado al olvido, al desgarrador encuentro con la soledad y mírame ahora, estoy en una cárcel física y mental, abarrotado hasta el culo porque no puedo pensar con serenidad; las cuentas bancarias se van vaciando, mis visitas al refrigerador son menos, la comida escasea, he estado comiendo fríjoles con arroz quién sabe por cuánto, llevar la cuenta de los días no tiene sentido. Me levanto a medio día esperando que sean las 6:00 Pm para almorzar y volver a la cama.

Nunca esperamos que algo nos desestabilice, vivimos con la imagen de que todo es para siempre, con la muerte latente, pero ignorándole para poder vivir, nunca pensamos en que algo puede ocurrir, el simple hecho de pensarlo nos perturba y nadie desea ser atormentado. He tratado de mantenerme, me he esforzado por mantener la esperanza de que mañana todo acabará, que los muertos cesarán y la cura servirá, he esperado ello desde hace tiempo, desde hace tiempo he replanteado la idea de acabar con todo, a sabiendas que todo lo que tengo es nada. La vida se ha esfumado, la muerte nos ha plantado una huella, una herida que sólo al morir podremos olvidar.

Escrito por: 

                    Edson Andrés Londoño