El viaje

El viaje requiere un equipaje ligero, no hay espacio para ti, no hay cabida para tus recuerdos, me pesan en el alma, melancolizan mi vida.

Hoy no quiero mirar atrás, no quiero más cuestionamientos, hoy dejo huellas, te dejo de lado, hoy te dejo en el pasado, aquel lugar al que perteneces. Ya he caminado por suficientes vidrios rotos, es tiempo de decir adiós, te dejo con un nudo en la garganta, no te miento, he herido mi alma por mucho tiempo, me he torturado al no dejarte ir, me he atormentando guardándote en mi mente y corazón.

He de decir que convertiste mis deseos en dolor, siempre pensé que algo mejor habría de llegar, nunca sucedió, una montaña de cemento aplastó mi utópica realidad, traías más espinas de las que pensé, mis lastimadas manos no pudieron sostener el sueño que alguna vez soñé. Adiós, te dejo aquí, vuela alto, más nunca vuelvas, que la vida cambie tu vida y que otra vida llegue a la tuya.

Por: Edson Andrés Londoño

Café, mentiras y un sofá

La mañana estaba fría, las nubes ocultaban al sol que angustiado se esmeraba por dejar escapar algunos rayos, ello sin éxito alguno. Recuerdo que estaba sentando en aquel sofá, su preferido, aquel sofá café, siempre calentito; el frío que se colaba por el balcón desaparecía entre las fibras de aquel mueble. Ella estaba en la cocina, la podía ver con el rabillo de mi ojo izquierdo, el olor a café delataba su preparación, cada paso que daba se podía oír con claridad, el humo que salía de las dos tazas que traía era increíble.

Después de unos segundos estaba en frente mío, me pasó una taza, luego se sentó a mi lado, recogió sus piernas y se recostó levemente en mí.

-¿Me amas? –susurró.

El frío que se colaba por la ventana se coló también en mí, el hielo recorrió todo mi cuerpo, sentí como el tiempo se detuvo, no supe qué responder, ahí estaba ella esperando por la respuesta correcta, tan fácil para muchos, tan sencilla al parecer, pero no, no lo era, un nudo se atravesó en mi garganta, mis manos temblaban, podía ver las hondas que se formaban en la taza de café. ¿Cómo decirle que no la amaba? Cómo decirle que había aprendido a quererla, que con cada mañana que había pasado desde la primera vez me había ido acostumbrando a su presencia, y es que mi corazón no le pertenecía, él se había quedado adherido hace bastante tiempo atrás, había quedado atrapado y nunca había vuelto. ¿Cómo echar a perder todo? No, no podía. El tiempo volvió a correr.

-Claro que te amo. –le respondí dando un beso en su frente.

Por: Edson Andrés Londoño

Por siempre… tú

Entramos en la habitación y de pronto todo queda en silencio, cierras la puerta mientras yo me acerco a la cama; tu respiración se acelera, siento que puedo oír tu palpitar, la luz de la habitación, cálida luz nos cubre. Estás inquieta, lo sé, lo noto por el movimiento de tus manos, estás sudando, tu tímida mirada se alza sobre mí, abrumada, temerosa.

-¿Me amas?

-Más que a mi propia vida.

-Mentiroso.

No entiendo por qué estás inquieta amor mío, no sé qué te tiene en esta penumbra de desconsuelo, de incertidumbre. Caminas como pensando cada paso, tus manos aún juegan entre sí, te lanzas, nos hundimos entre sabanas.

-¿Cómo sé que me amas?

-Solo sé que lo sabes.

-No, no me amas. –dice sollozando.

-Mujer, mujer de mis ojos, que te amo y lo siento en mi ser. Mi razón se nubla, el corazón quiere salirse de su lugar.

-¿Morirías por mí?

Me quedo mirándote, penetrando aquellos ojos color mar que te adornan. Me preguntas qué daría yo por ti, me preguntas que si moriría por ti, mi pobre palomilla, que ingenua, que mal te han hecho aquellos amores pasados, que tontos han sido aquellos que te prometieron aquel silencio, aquel frio eterno.

-No, no moriría por ti. La muerte es tan fácil, la muerte es de quien no ama, de quien se resigna. No amor mío, no te doy mi muerte, te doy mi vida, toda tuya es, eres dueña de mis días, de mis pensamientos y del aire que respiro. Para qué la muerte sí aquí estás conmigo, vida mía.