Sí, me despedí sonriendo y estaba mal. Sí, te dije que nada sucedía y todo en mí se estaba destruyendo. Sí, me reprimo, me produce miedo el sentirme vulnerable, me da miedo el enseñar más de lo necesario, aquello que siento de mí, tesoro de mi ser. Y es que el dolor me ha retraído, me he vuelto amante del silencio, náufrago en la soledad, me he convertido en una marchita hoja primaveral.
Sí, te mentí. Volviste y te dije que todo era grandioso, que desde que te fuiste la vida me sonrió, que desde que dijiste adiós un nuevo sol brilló para mí. Sí, te lo dije, con la sonrisa más grande que tenía, te lo dije mientras sostenía un batido, te lo dije mientras te encontraba sorpresivamente luego de mi perfecta sesión de gimnasio. Sí, todo para que vieras aquello que habías perdido, y por supuesto que te dije que podías confiar en mí, que podrías contar en cualquier momento con mi compañía y mi oído. Que nunca habría rencores, que todo son lecciones en la vida. Mentí, mentí. ¡MENTÍ! Que se me rompe el corazón, que se me ha roto mil veces con sólo pensarte. Se humedece al alma con sólo recordar, mi mundo cae, todo se vuelve nada. Nunca dimensionaste el daño que me hacías, y el que aún produces. Nunca pensaste en nadie más que en ti. Tonto he sido, tonto en darte un lugar aquí; tú sólo querías pasar la tempestad y yo estaba dispuesto a dejarte una vida entera.
He de decir que pasé tanto tiempo pensando en aquel momento, en mi cara de satisfacción al decirte que no significaste nada, que sobrepasar lo que vivimos no me tardó más que un par de horas, que las noches en soledad dejaron de ser mis enemigas. Sí, vaya que farsante. Te vi despedirte y se me partió el alma, con cada paso te alejabas más y más, y yo quedaba ahí, como ya lo había hecho. Mentí… mentí creyendo que era mi verdad.
Por: Edson Andrés Londoño
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