Rendición

Me he cansado del amor, cansado estoy de aquel tortuoso sentimiento. He creído sentirlo, cuan más cerca he pensado estar de él, cuando creo que todo es perfecto, la vida me recuerda que aquella utopía no es más que eso, un imaginario que había creado entorno a alguien que no será aquello que idealicé.

Me he cansado, me he cansado de los interrogatorios, de los argumentos banales para retener, de las conversaciones forzadas, de la atención fingida. Me he cansado de ser quien espera, me he cansado de las caminatas en silencio, de los “te quiero” sin acciones, esos que a los dos meses desaparecen. Me he cansado de los besos necesitados, de esos que se dan por desesperación, de esos que rozan labios por caos emocionales. Me he cansado de ser el caminante en una historia con desiertos infinitos.

Me he cansado de buscar en corazones rotos, cansado del amor hipócrita, de los abrazos congelados. Me he cansado del vacío que he sentido en compañía, de la soledad que he sentido enfrente de matrioskas. Esas que despliegan rasgos y rasgos, esas que ocultan, que tienen pliegues de su ser. Me he cansado de tantas cosas, me he cansado de buscar en muchas personas lo que posiblemente no hay en ninguna. Me he cansado de querer, de desear en los demás lo que yo estaría dispuesto a dar.

Por: Edson Andrés Londoño

 

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Sin ti, conmigo

Y sentí que siempre estaría destinado a lo peor, a las sobras de los demás, a los corazones rotos, llenos de heridas, y llegué a la conclusión que siempre cargaría con cruces ajenas, cruces que se convertirían en mías por el simple hecho de amar a quienes no querían ser amados sino, más bien, querían ser sanados para luego volar. En ese preciso momento, acostado en aquel muelle, escuchando las olas, tumbado en aquella madera vieja, con el sol reflejado en mis ojos y la luz iluminando mi tez,  algo cambió.

En aquel momento sentí como las gotas del mar agitado se posaban sobre mí, abrazándome. Toqué mis manos y estaban secas. No, no era la mar, eran mis lágrimas, se esparcieron por mi rostro, y aunque no dejaban de brotar, era extraño, no había tristeza. Extrañamente un sentimiento de paz se había posado sobre mí. En aquel momento me amé.  Por mi mente nada pasó, todo estaba en calma, en aquel momento mi corazón decidió palpitar a su ritmo. Sin presiones, sin prisa alguna, decidió vivir. Me quedé allí por horas, apreciando como el sol se despedía, como se marchitaba con el pasar de los minutos.

La piel de lo que fui quedó tendida en aquel lugar, dejé que las olas se llevaran todo rastro de ti en mí. Caminé sin mirar atrás, nunca más permitiría ser la atracción de alguien más. Aprendí a amarme, a entender que no era un rompecabezas, uno al que por mucho le faltó una pieza para estar completo. Decidí querer, no necesitar. Decidí que no necesitaba amores para vivir, decidí que era yo, no tú.

Por: Edson Andrés Londoño

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Efímera musa

Y allí estaba yo, pequeñito, corriendo en las esquinas de su frio corazón. Nada podía hacer contra aquel invierno, la llama no era basta, la llama no era mutua…

Recuerdo aquel día como si hubiese sido ayer; una primera vez que  ahora deseo jamás hubiese ocurrido. La vida en rosa, así es la vida de los enamorados, sí, de los enamorados, la vida nunca es rosa para el enamorado, para aquel idiota que daría la vida por amor, la vida nunca es justa para aquel que está dispuesto a dar su alma por aquella persona. Que cruel es la vida, que crueles son los hilos del destino con aquel desgraciado, aquel que va sediento de amor.

Recuerdo el primer beso, ese primer beso sabor frambuesa, aún puedo saborearlo aunque… ahora me sabe amargo. Ahora sin significado alguno pero con todo el sentimiento del mundo, duele, en verdad duele.

Recuerdo aquel adiós, vaya que sí lo recuerdo, ese descarado adiós que se posó en tus carnosos y rojos labios, es un maldito, nos separó. Ese día las nubes se entristecieron, ellas sabían, mejor que yo, que nada sería igual, que todo en mí cambiaría. He de decir que yo también lo supe, pero me rehusé a que mi vida dependiera de aquella mujer, ella no me arrebataría más que algunos días. Pero que ingenuo, esa mujer es de nunca olvidar, de aquellas que hacen sangrar, que muestran el cielo y el infierno. Hermosa Eva de cabellos rojizos.

Los días siguen. Los días continúan, y como cuchillas se incrustan en mi piel. Y qué triste, qué bello, fugaz y enfermizo. Danzas en mi cabeza cual ninfa, perfecta te veo. Mi efímera musa, te quedaste en mi alma y abandonaste mi piel. Con un adiós me diste un recuerdo, que sólo la muerte podrá borrar.

Por: Edson Andrés Londoño

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