Café, mentiras y un sofá

La mañana estaba fría, las nubes ocultaban al sol que angustiado se esmeraba por dejar escapar algunos rayos, ello sin éxito alguno. Recuerdo que estaba sentando en aquel sofá, su preferido, aquel sofá café, siempre calentito; el frío que se colaba por el balcón desaparecía entre las fibras de aquel mueble. Ella estaba en la cocina, la podía ver con el rabillo de mi ojo izquierdo, el olor a café delataba su preparación, cada paso que daba se podía oír con claridad, el humo que salía de las dos tazas que traía era increíble.

Después de unos segundos estaba en frente mío, me pasó una taza, luego se sentó a mi lado, recogió sus piernas y se recostó levemente en mí.

-¿Me amas? –susurró.

El frío que se colaba por la ventana se coló también en mí, el hielo recorrió todo mi cuerpo, sentí como el tiempo se detuvo, no supe qué responder, ahí estaba ella esperando por la respuesta correcta, tan fácil para muchos, tan sencilla al parecer, pero no, no lo era, un nudo se atravesó en mi garganta, mis manos temblaban, podía ver las hondas que se formaban en la taza de café. ¿Cómo decirle que no la amaba? Cómo decirle que había aprendido a quererla, que con cada mañana que había pasado desde la primera vez me había ido acostumbrando a su presencia, y es que mi corazón no le pertenecía, él se había quedado adherido hace bastante tiempo atrás, había quedado atrapado y nunca había vuelto. ¿Cómo echar a perder todo? No, no podía. El tiempo volvió a correr.

-Claro que te amo. –le respondí dando un beso en su frente.

Por: Edson Andrés Londoño

Por siempre… tú

Entramos en la habitación y de pronto todo queda en silencio, cierras la puerta mientras yo me acerco a la cama; tu respiración se acelera, siento que puedo oír tu palpitar, la luz de la habitación, cálida luz nos cubre. Estás inquieta, lo sé, lo noto por el movimiento de tus manos, estás sudando, tu tímida mirada se alza sobre mí, abrumada, temerosa.

-¿Me amas?

-Más que a mi propia vida.

-Mentiroso.

No entiendo por qué estás inquieta amor mío, no sé qué te tiene en esta penumbra de desconsuelo, de incertidumbre. Caminas como pensando cada paso, tus manos aún juegan entre sí, te lanzas, nos hundimos entre sabanas.

-¿Cómo sé que me amas?

-Solo sé que lo sabes.

-No, no me amas. –dice sollozando.

-Mujer, mujer de mis ojos, que te amo y lo siento en mi ser. Mi razón se nubla, el corazón quiere salirse de su lugar.

-¿Morirías por mí?

Me quedo mirándote, penetrando aquellos ojos color mar que te adornan. Me preguntas qué daría yo por ti, me preguntas que si moriría por ti, mi pobre palomilla, que ingenua, que mal te han hecho aquellos amores pasados, que tontos han sido aquellos que te prometieron aquel silencio, aquel frio eterno.

-No, no moriría por ti. La muerte es tan fácil, la muerte es de quien no ama, de quien se resigna. No amor mío, no te doy mi muerte, te doy mi vida, toda tuya es, eres dueña de mis días, de mis pensamientos y del aire que respiro. Para qué la muerte sí aquí estás conmigo, vida mía.

Inicio infinito

Siempre he odiado los finales inconclusos, esos que te dejan con zozobra, con un nudo en la garganta. Siempre he odiado esos finales que no se leen como finales, aquellos finales forzados, de esos que quedan en puntos suspensivos, aquellos que dejan el faro encendido, esos que te destrozan y te avivan al mismo tiempo, esos que queman y alivian. Siempre he odiado a las personas que se convierten en lo que tú eres para mí.

He de decir que con el tiempo te has convertido en un no final, de esos recurrentes, un círculo en el que me paseo una y otra vez, ¿qué será? Me he odiado un par de veces, te he maldecido unas cuantas más. He maldecido el haberte conocido, he maldecido el haberte tocado como lo hice, besarte como te besé, desearte como te deseé, dibujar en tu piel un futuro, sentir el calor de tu ser. He odiado las promesas inconclusas que alguna vez se dijeron, odio aquellas palabras que profesaban amor, ¿no te das cuenta cómo me has dejado? Acaso no te das cuenta de que no quiero caminar junto a nadie más, no quiero sostener la mano de alguien diferente a ti, no quiero despertar con otro rostro que no sea el tuyo. ¿Cómo te atreves a dejarme aquí? El corazón se me parte en mil y a ti no se te da nada… por favor, vuelve. Eres un final de no acabar… un inicio infinito.

 Por: Edson Andrés Londoño