«Y si mi muerte fuera tu vida, que maldita aquella vida que nos obligara a ello, porque sin ti no hay vida que valga, no hay existencia valedera para continuar aquella senda. Porque no hay felicidad completa, ni mediana, no hay nada sin ti mi pequeña, no hay mañana. Recorrería los cielos y los infiernos para crear una vida contigo en la mía. Te prometo que nos seremos de los que cargan cruces por almas adoloridas.»

Por: Edson Andrés Londoño

Rendición

Me he cansado del amor, cansado estoy de aquel tortuoso sentimiento. He creído sentirlo, cuan más cerca he pensado estar de él, cuando creo que todo es perfecto, la vida me recuerda que aquella utopía no es más que eso, un imaginario que había creado entorno a alguien que no será aquello que idealicé.

Me he cansado, me he cansado de los interrogatorios, de los argumentos banales para retener, de las conversaciones forzadas, de la atención fingida. Me he cansado de ser quien espera, me he cansado de las caminatas en silencio, de los “te quiero” sin acciones, esos que a los dos meses desaparecen. Me he cansado de los besos necesitados, de esos que se dan por desesperación, de esos que rozan labios por caos emocionales. Me he cansado de ser el caminante en una historia con desiertos infinitos.

Me he cansado de buscar en corazones rotos, cansado del amor hipócrita, de los abrazos congelados. Me he cansado del vacío que he sentido en compañía, de la soledad que he sentido enfrente de matrioskas. Esas que despliegan rasgos y rasgos, esas que ocultan, que tienen pliegues de su ser. Me he cansado de tantas cosas, me he cansado de buscar en muchas personas lo que posiblemente no hay en ninguna. Me he cansado de querer, de desear en los demás lo que yo estaría dispuesto a dar.

Por: Edson Andrés Londoño

 

Twitter: @LondonoEdson
Instagram: @LondonoEdson

Sin ti, conmigo

Y sentí que siempre estaría destinado a lo peor, a las sobras de los demás, a los corazones rotos, llenos de heridas, y llegué a la conclusión que siempre cargaría con cruces ajenas, cruces que se convertirían en mías por el simple hecho de amar a quienes no querían ser amados sino, más bien, querían ser sanados para luego volar. En ese preciso momento, acostado en aquel muelle, escuchando las olas, tumbado en aquella madera vieja, con el sol reflejado en mis ojos y la luz iluminando mi tez,  algo cambió.

En aquel momento sentí como las gotas del mar agitado se posaban sobre mí, abrazándome. Toqué mis manos y estaban secas. No, no era la mar, eran mis lágrimas, se esparcieron por mi rostro, y aunque no dejaban de brotar, era extraño, no había tristeza. Extrañamente un sentimiento de paz se había posado sobre mí. En aquel momento me amé.  Por mi mente nada pasó, todo estaba en calma, en aquel momento mi corazón decidió palpitar a su ritmo. Sin presiones, sin prisa alguna, decidió vivir. Me quedé allí por horas, apreciando como el sol se despedía, como se marchitaba con el pasar de los minutos.

La piel de lo que fui quedó tendida en aquel lugar, dejé que las olas se llevaran todo rastro de ti en mí. Caminé sin mirar atrás, nunca más permitiría ser la atracción de alguien más. Aprendí a amarme, a entender que no era un rompecabezas, uno al que por mucho le faltó una pieza para estar completo. Decidí querer, no necesitar. Decidí que no necesitaba amores para vivir, decidí que era yo, no tú.

Por: Edson Andrés Londoño

Twitter: @LondonoEdson
Instagram:@LondonoEdson