Melancolía

Y fijé mi mirada en el cielo, fui uno con el firmamento. ¡Qué hermoso! ¡Qué bello! Noche entera de ensueño, la luna tan perfecta, tan leal, melancólico cuerpo celestial. Aún con todas sus estrellas y estaba tan sola como yo, esperando siempre a encontrar un sueño poco real. Sentí  enojo, celos  de saber que ella te podía ver, pero tú no eras su amor.

Luna, hermosa luna, resignada a la perdida, el tiempo te hizo fría, ahora estamos iguales, yo aprendiendo y tú… tú ya nada esperas. Luna, hermosa luna. Enséñame a olvidar, no quiero sufrir más, su luz se posó en mí y como susurrando se acercó a mi oído, “pequeño ya nada puedo hacer. Pequeño soñador, los días pasarán, recordarás pero el dolor poco a poco desvanecerá”.

Por: Edson Andrés Londoño

Café, mentiras y un sofá

La mañana estaba fría, las nubes ocultaban al sol que angustiado se esmeraba por dejar escapar algunos rayos, ello sin éxito alguno. Recuerdo que estaba sentando en aquel sofá, su preferido, aquel sofá café, siempre calentito; el frío que se colaba por el balcón desaparecía entre las fibras de aquel mueble. Ella estaba en la cocina, la podía ver con el rabillo de mi ojo izquierdo, el olor a café delataba su preparación, cada paso que daba se podía oír con claridad, el humo que salía de las dos tazas que traía era increíble.

Después de unos segundos estaba en frente mío, me pasó una taza, luego se sentó a mi lado, recogió sus piernas y se recostó levemente en mí.

-¿Me amas? –susurró.

El frío que se colaba por la ventana se coló también en mí, el hielo recorrió todo mi cuerpo, sentí como el tiempo se detuvo, no supe qué responder, ahí estaba ella esperando por la respuesta correcta, tan fácil para muchos, tan sencilla al parecer, pero no, no lo era, un nudo se atravesó en mi garganta, mis manos temblaban, podía ver las hondas que se formaban en la taza de café. ¿Cómo decirle que no la amaba? Cómo decirle que había aprendido a quererla, que con cada mañana que había pasado desde la primera vez me había ido acostumbrando a su presencia, y es que mi corazón no le pertenecía, él se había quedado adherido hace bastante tiempo atrás, había quedado atrapado y nunca había vuelto. ¿Cómo echar a perder todo? No, no podía. El tiempo volvió a correr.

-Claro que te amo. –le respondí dando un beso en su frente.

Por: Edson Andrés Londoño

Inicio infinito

Siempre he odiado los finales inconclusos, esos que te dejan con zozobra, con un nudo en la garganta. Siempre he odiado esos finales que no se leen como finales, aquellos finales forzados, de esos que quedan en puntos suspensivos, aquellos que dejan el faro encendido, esos que te destrozan y te avivan al mismo tiempo, esos que queman y alivian. Siempre he odiado a las personas que se convierten en lo que tú eres para mí.

He de decir que con el tiempo te has convertido en un no final, de esos recurrentes, un círculo en el que me paseo una y otra vez, ¿qué será? Me he odiado un par de veces, te he maldecido unas cuantas más. He maldecido el haberte conocido, he maldecido el haberte tocado como lo hice, besarte como te besé, desearte como te deseé, dibujar en tu piel un futuro, sentir el calor de tu ser. He odiado las promesas inconclusas que alguna vez se dijeron, odio aquellas palabras que profesaban amor, ¿no te das cuenta cómo me has dejado? Acaso no te das cuenta de que no quiero caminar junto a nadie más, no quiero sostener la mano de alguien diferente a ti, no quiero despertar con otro rostro que no sea el tuyo. ¿Cómo te atreves a dejarme aquí? El corazón se me parte en mil y a ti no se te da nada… por favor, vuelve. Eres un final de no acabar… un inicio infinito.

 Por: Edson Andrés Londoño