Por siempre… tú

Entramos en la habitación y de pronto todo queda en silencio, cierras la puerta mientras yo me acerco a la cama; tu respiración se acelera, siento que puedo oír tu palpitar, la luz de la habitación, cálida luz nos cubre. Estás inquieta, lo sé, lo noto por el movimiento de tus manos, estás sudando, tu tímida mirada se alza sobre mí, abrumada, temerosa.

-¿Me amas?

-Más que a mi propia vida.

-Mentiroso.

No entiendo por qué estás inquieta amor mío, no sé qué te tiene en esta penumbra de desconsuelo, de incertidumbre. Caminas como pensando cada paso, tus manos aún juegan entre sí, te lanzas, nos hundimos entre sabanas.

-¿Cómo sé que me amas?

-Solo sé que lo sabes.

-No, no me amas. –dice sollozando.

-Mujer, mujer de mis ojos, que te amo y lo siento en mi ser. Mi razón se nubla, el corazón quiere salirse de su lugar.

-¿Morirías por mí?

Me quedo mirándote, penetrando aquellos ojos color mar que te adornan. Me preguntas qué daría yo por ti, me preguntas que si moriría por ti, mi pobre palomilla, que ingenua, que mal te han hecho aquellos amores pasados, que tontos han sido aquellos que te prometieron aquel silencio, aquel frio eterno.

-No, no moriría por ti. La muerte es tan fácil, la muerte es de quien no ama, de quien se resigna. No amor mío, no te doy mi muerte, te doy mi vida, toda tuya es, eres dueña de mis días, de mis pensamientos y del aire que respiro. Para qué la muerte sí aquí estás conmigo, vida mía.