Cuando cerró la puerta sabía que no habría regreso, allí terminaría todo, se había cansado de ir contra la corriente, cansado de sentir lo que sentía, de vivir lo que vivía, cansado de ser quien era, ¿por qué seguir luchando? No tenía razón alguna para… sí, sí había razón para seguir luchando; él sabía que había razón para seguir, él sí que lo sabía, aún así se rehusaba a aceptar, se rehusaba a vivir esa vida, a darle esa vida.
Él no quería más, estaba feliz, triste, enojado, eufórico, todo al mismo tiempo; nada lo calmaba como Victoria, era feliz con ella, alegraba sus días; su sonrisa, sus ojos color esmeralda, su cabello rizado, toda ella le hacía feliz, toda ella era su felicidad. Sentado en su cama, sentado allí pasaba una y otra y otra vez las manos por su cabeza, se ahoga en su ser, en sus emociones, ya lo habían estado acabando, no quería intentarlo más, estaba desquebrajado, el peso en su corazón lo dejaba inmóvil, los nudos en su garganta lo ahogaban; recordó los besos, las caricias, el frío invierno colarse hasta su tuétano, el olor de las rosas en primavera; <<Todo es tan fugaz>> pensó mirando al vacío. En ese momento buscó en la mesita que tenía al lado una pluma y papel, apoyándose en ella las lágrimas empezaron a brotar, esas lágrimas sabor a nostalgia, lágrimas con sabor a adiós.
“Nada ha sido más perfecto que esto, tú lo has sido, si hay otra vida quiero vivirla contigo, esta no pude, no me pertenecía”.
Por un momento sintió el frío de la muerte posarse en sus labios, luego dejó de sentir… el ruido incesante que habitaba en su ser se calmó, todo quedó en silencio, ese silencio que en vez de calma despierta miedo, ese miedo lúgubre que encoge cualquier valentía, la habitación se vistió de sombra, él ya no era, ya no estaba, las sabanas blancas quedaron marcadas, el rojo de su ser pintaba la cama.
Escrito por:
Edson Andrés Londoño