Él era un enamorado, un loco empedernido por el sentimiento, él se había convertido en aquello que jamás pensó, un resultado de los juegos del destino, un resultado que capturó su vida y lo condujo a un final que jamás pensó. Era un pájaro sin alas, un triste soñador, un luchador de rodillas. Siempre había esperado lo mejor… lo mejor nunca llegó.
En algún momento sintió que Cupido hizo su trabajo, miró al cielo y agradeció por ello. En aquel momento sintió que todo había valido la pena, en ese preciso momento vio a su pasado desvanecerse, todas las lágrimas que algún día derramó por aquellos fugaces amoríos se convirtieron en risas. El simple hecho de pensar que antes de ella había encontrado el amor le resultaba absurdo, ella era su ahora, con quien la palabra amor pasó de la teoría a la práctica, tomó algún significado.
El amor genera decepción, el amor no es sin el dolor, sin sufrimiento. Tonta necesidad humana, absurdo vacío emocional. El tiempo le mostró que el amor profesado no eran más palabras en el viento, sin destino alguno, lanzadas sin significado alguno. Su rostro cambió, sus ojos cafés dejaron de ser, un negro y profundo vacío se posó en su mirada. Él sabía que ya nada sería igual, lo supo desde que la conoció, lo supo desde que aceptó un no futuro a su lado. Ahora allí sentado no veía el edén que con ella vivía, ahora desde la esquina, sentado en las escalas pudo ver otra realidad, una que no era la suya y que se convirtió en la única.
Ahora se odia. Odia cada partícula que le construye. Tonto ingenuo con aires de experiencia, siempre fue el conejillo de indias, sirviendo de relleno para heridas ajenas y dejando las suyas abiertas, expuestas a la intemperie. Ya nada queda de sí, oculto en las sombras del ayer. Su corazón se marchitó, palpitante a un ritmo casi inerte, no quedó más para él, el tiempo se encargó de secar sus lágrimas, el tiempo se encargó de alimentar su deseo por no contar más días.
Escrito por:
Edson Andrés Londoño