Cuando la puerta cerró supe que era el final, todo los días vividos, el posible futuro que me había imaginado contigo, todo, absolutamente todo se había destruido, que fatídico suceso estaba viviendo, con una sonrisa temerosa te despedía, un sabor amargo viajaba por mí garganta, las palabras nunca me fueron más difíciles de pronunciar.
Podría decir que no hay nada más cruel que vivir en la realidad, es horrible, te obliga a decidir, a decir adios, a aceptar el dolor, el abandono, te obliga a herir; he de decir que jamás quise conocerla pero siempre hemos de hacerlo, un poco de su amargo sabor. Mí cuento se cayó a pedazos, las sonrisas se desvanecieron y las lágrimas empezaron a rodar, y es que siento como en el pecho se posa un ancla, no puedo respirar, siento como se me recoge el corazón, como culpándome por haberle expuesto nuevamente, mirándome con inocencia e ingenuidad, abrazándose así mismo se contrae escondiendo el dolor, a gritos me pide no permitir más heridas, sus gritos se ahogan en mí garganta impidiéndome respirar, que vacío más tortuoso siento en mí.
Se dice que el tiempo es la cura a muchos dolores, ahora mismo creo que es erróneo, no es el tiempo, es la costumbre a su ausencia lo que me ha hecho entender que no vale la pena ya sufrir, es la costumbre a despertarme cada mañana sin un mensaje suyo; es ella quien me convence que la resignación es la salida.
Todo final es sólo el comienzo de una nueva historia, ahora lo puedo entender, cuando la puerta cerró se dio paso a un «yo» sin un «tú», un «yo» que todavía está en un proceso de re-encuentro, un «yo» que ahora sonríe y acepta las bienvenidas y los adioses.
Por: Edson Andrés Londoño